viernes, 19 de marzo de 2010

LOS SALVADOREÑOS SOMOS MALOS......

Los salvadoreños somos malos

El autor es culturólogo salvadoreño educado en Rusia 





Sentado leyendo LPG uno de estos días mi sobrino Diego, de ocho años, me ve llorar y dice: ¿Qué te pasa? Le contesto: es que los salvadoreños somos malos. Me mira y me increpa: "¿pero tú eres salvadoreño y no eres malo?" ; "¿Y como lo sabes?, Respondo- ; "Porque me quieres". Sonrío "¿Cómo sabes que te quiero?", "Porque eres mi familia", dice y, se marcha sonrojado corriendo.

Todos somos Jonatan, todos somos Carlos. Debemos sentir vergüenza, ira, impotencia, por no poder cambiar este paisaje de nación que llamamos El Salvador. Y todo parece ser que debemos acostumbrarnos a que viviremos así el resto de nuestras vidas. No hay solución inmediata a esta agresividad que cada día se tornará más violenta.

Mientras en el primer mundo se habla del mundial de fútbol, aquí una caterva de fanáticos religiosos con fuerte militancia política nos anuncia las señales del final de los tiempos. Aprovechándose de la pobreza, ignorancia y tribulación de la población deforman los principios básicos del cristianismo inculcándole a las masas una amalgama de viejas supersticiones populares con pinceladas de milenarismo moderno. Esto esta haciendo que los salvadoreños se vuelvan espectadores del fin del mundo, y no intenten cambiar la realidad que el mismo hombre sin ayuda de Dios ha degenerado.

¿Cuántas veces hay que poner la mejilla? Una vez.

Si deseas hacer planes para un año, hay que sembrar arroz, si es para dos lustros hay que plantar árboles, si es para toda la vida hay que educar al hombre. El Salvador tiene su agricultura muerta. Somos depredadores de la naturaleza en aras de vivir el consumismo. Y nos matamos los unos contra los otros. Hacemos todo lo contrario de las buenas razones.


¿Cuándo dejaran los salvadoreños ese complejo de inferioridad, que cuando se emborracha se pone arriero? De igual, el miedo al ridículo, que se disimula con risa cínica de me vale todo frente a su misma ignorancia. ¿Cuándo dejaran los niños de entrar a los autobuses por abajo del torniquete?


El salvadoreño no desea asumir el valor de enfrentar sus propios actos. De allí esa maldad perruna nacional: defenderse con agresión, hurañamente, mintiendo, matando. Mi idea de que somos malos, no es novedad, Salarrué se adelantó, por lo tanto no puede ser áspera, a lo sumo mostraría humilde impureza.

Hemos llegado al momento de que, en el salvadoreño lo bueno es una discordia. Y que por mucho empeño que se realice no dejaremos de ser una acémila. Hemos perdido vitalidad, y es esta la única arte posible en una época de decadencia.

Tiene razón señor Presidente

No debe sorprendernos la muerte de un marginal a cuchillazos en las calles de San Salvador. Es propio de la vida nacional vivir y morir de esa manera. Lo que sucede es que depende de la clase gobernante evitar que el hombre se vuelva antisocial, enrumbar las mismas capacidades y esperanzas que los hombres tienen a fin de que consigan los fines que apetecen, esa es labor de los políticos. Suya.



Y el consumismo que usted propone para salir de la crisis, solo aumentará las enemistades naturales: La competencia, desconfianza, deseo de ganancias, seguridad, reputación; la búsqueda desmesurada de estos, nos tiene ahora en un estado salvaje de unos contra otros.

Ahora bien, en donde falla estimado Presidente en su apreciación, es que, si bien esto es un estado natural del hombre, también es natural desear la paz. Para ello cada uno deberá ceder una parte de lo que apetece. Hay que renunciar al consumismo como salida a la crisis, solo de esta forma una sociedad tranquila será posible. ¿Quién debe garantizar esto señor presidente? Usted. Nadie más que usted debe garantizar la auto preservación de los salvadoreños.

Las quejas de los diversos sectores nacionales no es un afán de opacar su vista a Barak Obama, o de disminuir su popularidad en las encuestas, ya comprendimos que usted y Tony Saca son los mejores; lo que sucede es que el pueblo habla dialectos cifrados, murmura, y ahora le es necesario comprender estos signos.

Un pueblo ignorante es un instrumento ciego de su propia perdición.



























FUENTE: http://www.lapagina.com.sv/editoriales/29026/Los-salvadorenos-somos-malos

jueves, 18 de marzo de 2010

MISMO ORIGEN,DOS CAMINOS....

Escrito por Joaquín Samayoa, Columnista de LA PRENSA.

Por cada joven que se convierte en delincuente hay diez o más que, en iguales o más adversas circunstancias, se rebuscan para salir adelante honestamente. El pasado lunes, (FEPADE) entregó 217 becas para estudios de bachillerato o educación técnica superior a jóvenes procedentes de una gran diversidad de municipios rurales y urbanos.

Este grupo se suma a otros similares para un total de más de dos mil quinientas becas que anualmente otorga FEPADE gracias al patrocinio de donantes corporativos, familiares e individuales del sector privado y contando además con el aporte de los fondos del BCR y Fomilenio.

Cada vez que hacemos una entrega de esas becas les damos a algunos estudiantes y a sus padres o madres la oportunidad de expresar públicamente la valoración que hacen del beneficio que están recibiendo. Hay, sin duda, grandes variantes en las historias y en los sueños de estos becarios, pero todos ellos tienen dos cosas en común. Son personas de muy limitados recursos económicos, pero son personas, también, con una férrea voluntad de superar adversidades, abrirse paso en la vida y convertirse en ciudadanos honestos y productivos.

En ellos pienso cada vez que escucho el argumento engañoso de que la pobreza es la causa de la criminalidad. En ellos pienso siempre que algún funcionario público justifica su incompetencia afirmando que no es posible combatir la criminalidad mientras no se resuelvan los problemas estructurales de nuestra sociedad. En ellos pienso cuando me dicen que un joven de 16 o 17 años no puede ser responsable de sus actos, insinuando que los delincuentes juveniles no tienen otras opciones y, consiguientemente, debemos tratarlos con mucha comprensión y suavidad.

La beca que les damos a estos cipotes les permitirá llegar más lejos de donde habrían podido llegar sin esa ayuda, o les hará más fácil lograr lo que igual habrían logrado pero con sacrificios aun mayores si hubieran tenido que intentarlo valiéndose solo de sus propios medios. Pero es importante entender que cada uno de estos becarios ha merecido su beca por sus logros académicos previos; es decir, son muchachos que no se habían sentado a lamentar su desgracia o a esperar que alguien resolviera sus problemas. Son ejemplos vivientes de que la criminalidad no es el único camino.

La pobreza debemos abominarla y combatirla pero por otras muchas razones, no porque sea(posible) la causa de la criminalidad. Por cada joven que se convierte en delincuente hay diez o más que, en iguales o más adversas circunstancias, se rebuscan para salir adelante honestamente y buscan alimentar su fortaleza con valores y conocimiento, en vez de hacerlo cegando vidas de gente inocente o robando el dinero ajeno. Si nuestros funcionarios públicos tuvieran más contacto con la gente humilde, si de verdad respetaran a esa gente y creyeran en su potencial, se darían cuenta de que sus teorías sobre la criminalidad carecen de fundamento y entenderían por qué sus soluciones no producen resultados.

La diferencia entre nuestros becarios y los asesinos de CARLOS y de otras decenas de miles de víctimas no es que unos tienen oportunidades y otros no las tienen, sino que unos construyen y aprovechan sus oportunidades, mientras que los otros las echan a perder. Unos respetan la vida y otros la desprecian. Unos están dispuestos a joderse por lo que anhelan, mientras los otros solo piensan en joder a los demás para obtener sus efímeras gratificaciones.

Hay mucho que debemos hacer para reducir al mínimo los niveles de desperdicio(en recurso) humano que produce nuestro ordenamiento social; pero los condicionamientos socioeconómicos no pueden ser excusa o atenuante de conductas delictivas. Es muy necesario y encomiable cualquier esfuerzo que, desde el aparato estatal o desde el sector privado, podamos hacer para prevenir comportamientos violentos y para rehabilitar a quienes incurren en ellos, pero la rehabilitación y la prevención no son las únicas tareas que le competen al Estado. La protección de la vida y del patrimonio de los ciudadanos requiere, en todo momento, una dosis menor o mayor de coerción.

Sigue abierto el debate sobre la severidad de las penas a jóvenes de 16 o 17 años que incurren en delitos graves. Los que sostenemos que las penas deben ser más severas en ningún momento estamos pensando que esa sola medida sea “la” solución al problema de la criminalidad. Sin embargo, estamos convencidos –en mi caso por el conocimiento que mi profesión me ha dado de la naturaleza humana– de que una parte importante de la solución pasa por emplear las penas para revalorar la vida humana y sentar precedentes claros de que un asesinato es una falta grave y no algo trivial.

LPG, Mismo origen, dos caminos....